martes, 5 de diciembre de 2006

El secuestro veraniego.

Álvaro espera impacientemente a que el reloj del colegio suene. Pues hoy es el último día de clase y detrás de esos treinta segundos que quedaban, le esperaba un magnífico y delicioso verano.
El reloj ya ha marcado las dos en punto y Álvaro se va sin dejar rastro, mientras suena el último pitido del colegio.
Mientras va camino a su casa saltando de alegría, tres tipejos le miraban sin quitarle ojo.
Álvaro se estaba asustando y empezó a correr, pero eso no le sirvió de nada porque esos tres hombre le persiguieron y lo atraparon. En ese momento, Álvaro pensó que ese que había sido el principio de sus vacaciones, se había convertido en su fin.
Los secuestradores (que eran los tres tipejos) le pusieron al chaval un pañuelo en los ojos para que no viera y lo metieron en una furgoneta blanca, en la que olía muy mal.
Dimitry, que así se llamaba uno de los secuestradores, arrancó la furgoneta, mientras los otros dos, Román e Ivan, sujetaban a Álvaro para que no se escapara. Llegaron a un cuartillo, dentro de una cochera solitaria y ahí encerraron al chico.
Mientras tanto, en su casa, que lo esperaban con las maletas preparadas para irse de viaje, sonó el teléfono. Eran los secuestradores que pedían un rescate por el chico...
Sus padres no lo dudaron y dieron parte a la policía.
En el zulo, Álvaro estaba agobiado y no sabía como había llegado allí, pues lo habían drogado.
Una vez que recuperó la conciencia, Álvaro no dejaba de pensar en el modo de escapar de allí. La ira se le fue acumulando de tal manera que, al mínimo descuido de uno de sus secuestradores, aprovechó para escaparse:
Cuando se acercó Ivan para darle un plato de restos de comida, Álvaro, sin pensárselo dos veces, le pegó un bocado en la mano y salió corriendo.
Lo mal fue que Dimitri y Román le cortaron el paso, pero Álvaro era tan escurridizo, que pudo pasar por debajo de las piernas. Subió las escaleras que guiaban al exterior. Los secuestradores fueron tras él, pero Álvaro le pidió a un señor que le llevara en su coche y si le podía prestar el móvil para llamar a policía. Cuando llegó a su casa lo contó todo y la policía, al cabo de dos semanas, encontró a los secuestradores y lo encarcelaron.
Desde entonces, Álvaro disfrutó al máximo de lo que le quedaba de verano y no solo el verano sino toda su vida.

Sara Castro Pérez

No hay comentarios: